Una obra maestra. Qué. Cómo. Y cuándo

«Por la fosa nasal derecha le salía un hilo de sangre ennegrecida».

El panorama literario español es deprimente y desolador. En un momento determinado de lo que llevamos de siglo XXI —yo, personalmente, no sabría determinarlo con exactitud— los juntaletras de este país y las editoriales han podrido y echado a perder la oferta que las librerías nos brindan a los lectores y lectoras.

«Tengo frío», pensó.

Siguen, y siguen, y siguen lanzando cada semana y cada mes múltiples novedades literarias sin ser ni remotamente conscientes de que lo están emponzoñando todo por el mero hecho de probar a ver si hay suerte.

«Mucho frío».

Ya no excitan nuestra imaginación. Sólo podemos recurrir a escritores muertos. Mezclan géneros. Inútilmente intentan epatarnos sin darse cuenta de que no cuidan los detalles; aprovechan su lista de seguidores en RR SS. para vender a lo sumo un millar de ejemplares. Se han idiotizado y nos han idiotizado.

«Los puntos de luz de las rendijas de la ventana se desenfocaron… Se acordó de su infancia y de su madre».

Se cancelan entre ellos. Discuten. Se pierden. No escriben sobre el miedo. Sus personajes no intentan sobrevivir. Son escritores, pero no se dedican a la escritura.

«La ambulancia llegó pasados 11 minutos y 7 segundos».

Yace en el suelo sin vida

El mismo verano

Si no te fijas, si no te concentras, el ruido de las aspas del ventilador pasa completamente desapercibido. ¿Oyes ahora las chicharras? ¿Te acuerdas del suelo frío de tu casa, esa casa que tus padres perdieron a manos del banco, donde tú te acostabas, aquellas tardes de verano, sofocantes, armónicas, dulces, a ver la serie ‘Cañas y barro’?

921kibu…, ¿estás estancado todavía en el mismo verano?

Sí.

Arquitectu

Ahí arriba en el título una pegatina blanca esconde dos letras, y yo escribo en el blog después de mucho tiempo precisamente para chillar. Chillar. (¿Oyes mis chillidos? ¿No? Lee de nuevo el verbo chillar).

Chillar.

Sin embargo, por muchos chillidos que yo dé, si grito la palabra ‘Arquitectura’, me sale incompleta.

La «a’ y la ‘r’ iniciales no me salen. Solo ‘chill…»

Qué fuerza tiene la dichosa pegatina.

El acto de andar

Vas por un camino, recogiendo algunos de los múltiples objetos que atraen tu mirada y tu atención. A veces el camino se empina, tienes en esos momentos que doblar la espalda hacia delante, desarrollar una mayor fuerza con los cuádriceps de tus miembros inferiores y jadear, jadear sin parar. Y sudas. Y también te cabreas. Lloras hasta un extremo inaudito. Maldices todas y cada una de las características que tiene la senda que pisas bajos tus pies; las buenas; y las malas. Quieres otra senda, aunque no pocas veces has transitado esta misma senda sin ser consciente del tránsito y ahora que lees estas líneas caes en la cuenta de ello: andar el camino sin pensar en el camino es la mejor manera de andar. Todos a tu alrededor te han dicho que nadie conoce el final del camino, acaso, que existen nodos en él, como hoy que es Nochevieja: nodo o estación donde se arma la estructura, donde, también, por desgracia, puede desmoronarse el edificio. Llegará un momento—ahora voy a meter tu cabeza en el barreño del futuro: te vas a ahogar—en que los adornos del camino ya no te importen tanto, tampoco te importen los otros caminos que se cruzan con el tuyo. Empezarás ineludiblemente a pensar en el camino de forma abstracta, a darle importancia, a darle toda la importancia al acto de andar.

El acto de andar.

A las 19:39h del 31 de diciembre de 2022 en la terraza de un bar tomando un café.

Las relaciones humanas según Houellebecq

Ayer vi a mi ex, mi ex de hace 20 años, pero, además, también tengo una ex de hace poco más de 3 meses: la mezcla que esta curiosa situación ha provocado, probablemente lejos de los designios de los dioses, de Cupido, del azar, no ha hecho sino sumirme en la más absoluta confusión.

Y ahora estoy leyendo ‘Sumisión’ de Michel Houellebecq. Y media España—concretamente medio twitter: el 50% de los que en esa red social escriben—no ha entendido la invisibilidad del narrador en las novelas del gabacho. Michel es tan invisible como en su día lo fue Tolstoi, pero es muy cómodo quedarse—y enervarse—en la paja, en la mamada, en el culo y en las tetas; mucho más difícil, por el contrario, resulta ver la brecha que nos separa a los hombres y a las mujeres; a padres y a hijos; ver lo que nos rompe a los seres humanos en las relaciones personales.

Han pasado dos horas desde que escribí relaciones personales. He hablado otra vez con ella. La de hace 20 años. La de hace 3 meses no volverá nunca a hablar conmigo. Y yo no entiendo—ni entiendo ni quiero entender—las relaciones de los seres humanos. Houellebecq las analiza y me las cuenta. Y no sé desde dónde lo hace: la posición que ocupa el narrador en sus novelas ha sido muy meditada y estudiada.

Como a ti te dé la gana

Libertad e infinito danse las manos un día sí y el otro también. La anterior dualidad es al detalle muy conocida y muy estudiada por los escritores a lo largo y ancho del orbe terrestre. La página suspensa, expectante, abarcadora, amplia, árida, escurridiza, esquizofrénica, dulce; me refiero, ¡cómo no!, a la página en blanco. Un papel que todo lo admite, un papel que hace fracasar a cientos y cientos de escritores y de escritoras, pues ninguno de ellos posee la audacia suficiente para…, ¿para qué, 921kibu? ¿Para qué? Para construir una casa con un pañuelo anudado a la frente, con el recuerdo de tu abuelo en la mente, y la voz de una mujer de la cual estás enamorado; esa almibarada cantinela que atraviesa una ventana con macetas y flores; esa tonadilla que te avisa de la hora de comer; esos ojos; ese aroma.

La libertad y el infinito apagan la escena de la mujer que llama a su marido por la ventana mientras este último enluce la fachada de su casa, de su hogar, de su proyecto de vida y de su ser. El infinito y la libertad dan paso ceremoniosamente al lenguaje escrito; un hito: la coexistencia de la ventana con flores junto a las palabras que evocan esas imágenes.

La muerte y el olvido lo arrasarán todo.

La casa se derrumbará dentro de unos siglos. Los gemidos del sexo, la sonrisa, el calor de la comida, las fotos, el recuerdo del recuerdo: todo, absolutamente todo, pasará.

En la nube de internet quédanse estas líneas, pergeñadas por un escritor que se dijo a sí mismo antes de escribirlas: «Escríbelas como a ti te dé la gana».

Un 27 de noviembre

Los domingos llamo por teléfono a mi madre. Hoy es domingo. Domingo 27 de noviembre del año 2022. Mi progenitora me recuerda que hace veintiún años yo estaba fatalmente enfermo y que, pese a todo, aunque me quedé en la calle, dentro del coche, porque hacía muchísimo frío, fui a la boda de un amigo. No tengo un buen recuerdo ni de J. M. ni de su boda ni del estado de postración y sufrimiento que me invadía a principios del milenio.

Hoy—ella está de acuerdo con la siguiente lectura—la situación es «tan diferente» que nadie en su sano juicio podría haber imaginado en aquel entonces que la vida daría un vuelco tan enorme: el enfermo se convirtió en médico.

Los seres humanos no podemos predecir el futuro. Es más: cualquier intento por adivinar el porvenir nos muestra que la vida nos supera en imaginación.

Desde algún plano de la existencia, el 27 de noviembre del año 2042, mi otro yo me observa de un modo impasible.

Euphoria (HBO)

Un producto de imbéciles hecho para otros imbéciles. Una empresa cuya consecuencia más inmediata es el ascenso del status económico de sus creadores (y de toda la cadena de la industria) para, paradójicamente, entorpecer que los adolescentes logren progresar en sus vidas. Pobremente filmada y montada (con escenas de videoclips repugnantes), sobredimensionada, en su guión, con innumerables clichés y lugares comunes, manida hasta la náusea y aplaudida por los zopencos que antes consideran malvado e imperialista a Estados Unidos, pero, después, franca, agria y directa a la serie televisiva. Con un reparto de actores de los que no logras creerte ni una sola línea del guión.

Euphoria (HBO): una serie que no recomendaría ni a mi peor enemigo.

Sobre literatura. Umberto Eco. La fuerza de lo falso

Si se cree en una cualquiera de las religiones reveladas, debe admitirse que si Cristo es hijo de Dios, entonces no es el mesías todavía esperado en Jerusalén, y si Mahoma es el profeta de Alá, entonces es un error ofrecer sacrificios a la Serpiente Emplumada. Si somos secuaces del más ilustrado e indulgente de los deísmos, dispuestos a creer al mismo tiempo en la Comunión de los Santos y en la Gran Rueda del Tao, se rechazará como fuente de error la matanza de los fieles y de los herejes. Si somos adoradores de Satanás, juzgaremos pueril el Sermón de la Montaña. Si uno es ateo radical, cualquier fe no será sino un malentendido. Puesto que muchos en el curso de la historia han actuado creyendo en lo que algunos otros no creían, es forzoso admitir que para cada uno, en una medida distinta, la Historia ha sido en gran parte el Teatro de una Ilusión.

La fuerza de lo falso, de Umberto Eco, en Sobre literatura.

Con el café

Este momento es la esencia de lo que vengo buscando desde hace varios años: el instante de devolver el golpe. Ahí está todo lo que soy con respecto a los demás: un hombre que devuelve el golpe; una persona cordial y afable que al recibir la ingratitud y el desprecio de los demás, devuelve el golpe, devuelve el golpe con mucha mayor virulencia que lo recibió, de un modo maníacamente desproporcionado. Aquí me tenéis. Esto es lo único que soy. Con esa actitud se han forjado los pilares de mi existencia; ahí están los cimientos de lo que soy… de lo que soy y de lo que seré.