#191 En la mente

Ah, la mente… (tú ahora estás dentro de mi mente aunque no seas consciente de ello). La mente emerge en ese vasto océano, que es muy calmoso y también picado y despiadado, un mar negro, pero un mar azul.

La mente… dicen los filósofos que el mundo no puede ser sino la mente del individuo.

He decidido hace unos pocos segundos permitirte a ti y sólo a ti un corto paseo por mi mente. ¿Ves el pasillo de un hospital con la luz entrando al final del mismo a través de una ventana que dibuja un día claro pero cubierto, cubierto con esa luz diáfana y difusa?

Estás en mi mente. Así es mi mente…

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183 Sin solución de continuidad

Yo me imagino una carrera infinita, sin solución de continuidad, entre la tortuga y Aquiles. ¿Hacia dónde van? Pues en todas las direcciones. ¿Y desde cuándo y hasta cuándo? Desde siempre y para siempre. Lloros y risas en simétrica alternancia: un teatro perenne e inagotable. La noche y el día no solamente en oposición sino también en complementariedad. La Naturaleza, la physis griega completa, absoluta, cíclica, con la verdad y con la mentira. Sin solución de continuidad. Mientras el cerebro (como el bebé explorador que busca más allá) busca y rebusca…, pero por fortuna y por desgracia está todo. Todo, hijo mío, todo. Más allá de la physis griega no hay nada; no es la nada cuántica; no: es la nada absoluta. Tú eres todo. Todo eres tú.

Sin solución de continuidad.

#178 ¿Dónde estoy?

Qué puedo decirte que no te haya dicho… Ya sabes que estoy perdido. Siempre anduve perdido, pero ahora amargamente soy consciente de que no tengo ni la menor idea del lugar que ocupo. A duras penas recuerdo quién soy; cuando recuerdo quién soy, no sin sorpresa, veo a esa persona muy lejos. Es auténtica, no pondré en duda su originalidad, pero ella sólo es una pieza dentro de un inmenso engranaje, una polea entre millones de poleas que sustentan una maquinaria mucho más compleja. Conceptualmente el bucle a que tanto me aferro para entender el entorno es el ejemplo perfecto para entender por qué estoy desubicado, solo y perdido. Porque veo todas las poleas, ¿podrás creerlo? Todas… Y esto me lleva a una pregunta angustiosa y bella: ¿Dónde estoy?

#177 Nota escrita al dictado de voz

Nota escrita al dictado de voz en mi nuevo Samsung S20 Plus.

Hay algo que no consigo entender. En cierto modo no me sorprende, claro, no me extraña por el teorema de incompletitud de Gödel, pero hay algo… hay algo de la vida que se me escapa. Y, a veces, cuando voy paseando por la calle y compruebo que los olores son los mismos olores de siempre: el aroma a campo, a pino, a fregasuelos o a sepia a la plancha en el bar, cuando veo que todo eso se mantiene y sin embargo yo no me siento como me sentía cuando descubrí esos pretéritos aromas por primera vez, descubro que algo falla; algo que no encuentro, algo que se me escapa de entre las manos, como si lo tuviese en la punta de la lengua.

#164 Óbito. Loqueros

En la segunda mitad del primer decenio del siglo XXI, en una unidad de psiquiatría de un hospital de la costa levantina, por motivos ajenos al interés del lector de estas líneas, tuve la desgracia de hablar con una chica de 17 años que había intentado suicidarse dos días antes. Su nombre era Carla.

Carla conectó al tubo de escape del coche la manguera del jardín y la introdujo en el interior del vehículo; se sentó a esperar a la muerte.

Su abuela, por caprichos del destino, ese día volvió del supermercado mucho antes de lo habitual.

Carla —me di cuenta durante la entrevista— era una niña culta e inteligente. Resultó espectacular ver cuán inmune fue esa adolescente al influjo de mi persona intentando en vano convencerla para seguir viviendo.

Al final de nuestra charla le dije:

No lo soportas más. No puedes más. Has llegado de forma definitiva a un punto en que avanzar te resulta imposible. Es el final del camino. Un desvío a esta altura del viaje. Un cruce. Una bifurcación. Ahora, a tu espalda, ardiendo en llamas, la carretera ha desaparecido. Se ha esfumado. La senda implícita de esa carretera solo existe en la representación neuronal de tu cerebro. En tu mente. Se trata de un tiempo pasado.

El mapa del país donde vives no registrará esa vía nunca más.

Sólo puedes caminar hacia delante.

Dos años después, se mató.

#105 Gotas de lluvia

La siguiente historia versa sobre un sueño recurrente, cuya recurrencia, no obstante, no me ha resultado obvia hasta la mañana de hoy. Ya no tengo dudas. Se trata del mismo sueño. El mismo. El de siempre. Solo cambia el disfraz. Debo volver a ese lugar. Sé que el destino a través de la oniria en cierto modo me está reclamando.

Me está diciendo: ven.

Hay una catedral. En ella transcurre la mayor parte de la escena. Intento sin éxito una y otra vez acceder a una parte de su construcción (el claustro), pero no encuentro el modo, quizá no lo hay, quizá no se puede.

Suelos de mármol antiguo de tonos rojizos y vetas blancuzcas dan cobijo a los pasos de cientos de feligreses cuyos rostros difusos no puedo ver. Estoy obsesionado con llegar hasta el claustro, sin embargo, mis pasos me traen de vuelta al inicio. En la vigilia (mientras escribo estas líneas) no comprendo tanta testarudez por mi parte.

Llueve… llueve. Fuera del recinto religioso una fría pero acogedora lluvia lo rodea todo. Yo me alojo en un hotel. Siempre ha habido un hotel y una iglesia además de la expectante salida de un tren, desde una estación a la que con rabia y angustia y anhelo y deseo y dolor y alegría quiero volver. Llueve… llueve… y veo un rascacielos (pero yo sé que no hay rascacielos. Yo sé que si anoche apareció un rascacielos en mi sueño, es porque la ilusoria repetitividad onírica se resquebraja y ‘pinta’ un edificio en un lugar que corresponde a una calle de un barrio obrero).

Oh, cómo quiero volver. ¡Cómo quiero volver! Sé que voy a volver. El sueño no es el pasado (aunque es el pasado). Es el futuro.

¿Por qué no puedo completar mi visita a la iglesia? ¿Qué truco de magia subsiste en el hecho de ver el claustro y no poder acceder a él, como si yo fuera una rata de laboratorio corriendo sobre una rueda infinita, que vuelve una y otra vez al principio?

Hotel… Habitación de hotel que debo pagar. No me preocupa gastar más dinero. De hecho, siempre llego a un punto del sueño en que comienzo mentalmente a hacer números y cuentas porque quiero coger el tren e irme y hospedarme en un nuevo hotel. Intuyo ahora al escribir (y no así al dormir) que si cojo ese tren, no será el último.

Ya lo tengo: es un propósito imposible —admítelo, chaval, admítelo ya, y deja de sufrir— porque la catedral, el coste del hotel, la rueda de la jaula, las vías del tren y este viaje en forma de sueño no tienen fin.

#16 La frontera

Yo estaba en ese punto de duermevela en que no sabes si todavía estás despierto o si por el contrario estás dormido: transición nebulosa entre vigilia y sueño de la que no podía hacer una narración coherente porque se mezclaban en mi interior sensaciones de naturaleza dispar: recordaba el sabor de la mostaza en aquel bar de mala muerte; veía la bóveda de una iglesia girando sobre sí misma, y luego… y luego veía las sábanas blancas y a mi madre y la hierba verde de un huerto y un pozo y un cubo de hierro oxidado; la oscuridad azulosa de los primeros pubs con la música pop que sonaba desde una esquina invisible; el miedo y el coraje se rozaban conmigo de la misma manera que alguien se roza en el transporte público, en una suerte de sinestesia entre el sistema límbico y el sistema nervioso periférico; todas las cosas maridaban: los labios de ella junto a las gotas de sudor jugando al fútbol con ellos; la prisa por vivir y el minuto posterior al orgasmo; observaba un grupo de nubes… y a través de él emergía la imagen de la antigua motocicleta; me empalmaba sin motivo y sacaba la lengua; la veía gimiendo y con los ojos cerrados.

(Supongo que luego me quedé dormido y ya no sé qué pasó.)

#10 La extraña arquitectura del sueño

En una cantidad inaudita de ocasiones yo sueño con planos dentro de otros planos, especialmente de carácter temporal y espacial, pero, he aquí la grandeza de esa arquitectura, de carácter también onírico: tengo sueños dentro de otros sueños.

Se trata de algo alucinante. Ojalá pudiese revivir cada noche ese tipo de sueño.

Algunos neurocientíficos sostienen la tesis de que durante el sueño el sistema nervioso se ve liberado de su función primaria: registrar y entender el entorno para la reproducción y supervivencia del ser humano, y entonces, abierto el tráfico neuronal a una atmósfera sin reglas, es capaz de articular escenas de una belleza y rareza tales que solamente la imaginación puede rivalizar con ellas.

Yo ayer soñé (1) que soñé (2) con mi exnovia.

En el sueño (2) me decía a mismo, y le decía a ella en la distancia, [la distancia a un eventual nivel onírico (3)]: «Soñaba contigo hace tiempo —ahí, debo señalar, no era consciente de hallarme en un sueño [en este caso el (2)]—, pero el tiempo nos aleja aunque nuestros pensamientos no se han desligado completamente». En un momento dado, caigo en la cuenta de que (2) no es la vigilia sino un sueño de nivel inferior a (1) y en ese momento la percepción de (2) se aleja tanto que no consigo ver la cara de mi exnovia, y los recuerdos de un antiguo teléfono móvil comienzan a hacerse vagamente presentes. Una brutal aceleración en el tiempo tiene lugar cuando noto que (1) no es sino otro sueño de nivel superior: entonces, en mi cerebro, la frase: «Soñaba contigo hace tiempo pero el tiempo nos aleja» cobra un vigor enorme. El discurso acaricia la verdad absoluta: cuán lejos estamos ella y yo.

Lo más divertido de todo viene en el estado de vigilia porque yo olvidé completamente a mi exnovia hace muchísimos años.