El acto de andar

Vas por un camino, recogiendo algunos de los múltiples objetos que atraen tu mirada y tu atención. A veces el camino se empina, tienes en esos momentos que doblar la espalda hacia delante, desarrollar una mayor fuerza con los cuádriceps de tus miembros inferiores y jadear, jadear sin parar. Y sudas. Y también te cabreas. Lloras hasta un extremo inaudito. Maldices todas y cada una de las características que tiene la senda que pisas bajos tus pies; las buenas; y las malas. Quieres otra senda, aunque no pocas veces has transitado esta misma senda sin ser consciente del tránsito y ahora que lees estas líneas caes en la cuenta de ello: andar el camino sin pensar en el camino es la mejor manera de andar. Todos a tu alrededor te han dicho que nadie conoce el final del camino, acaso, que existen nodos en él, como hoy que es Nochevieja: nodo o estación donde se arma la estructura, donde, también, por desgracia, puede desmoronarse el edificio. Llegará un momento—ahora voy a meter tu cabeza en el barreño del futuro: te vas a ahogar—en que los adornos del camino ya no te importen tanto, tampoco te importen los otros caminos que se cruzan con el tuyo. Empezarás ineludiblemente a pensar en el camino de forma abstracta, a darle importancia, a darle toda la importancia al acto de andar.

El acto de andar.

A las 19:39h del 31 de diciembre de 2022 en la terraza de un bar tomando un café.

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Las relaciones humanas según Houellebecq

Ayer vi a mi ex, mi ex de hace 20 años, pero, además, también tengo una ex de hace poco más de 3 meses: la mezcla que esta curiosa situación ha provocado, probablemente lejos de los designios de los dioses, de Cupido, del azar, no ha hecho sino sumirme en la más absoluta confusión.

Y ahora estoy leyendo ‘Sumisión’ de Michel Houellebecq. Y media España—concretamente medio twitter: el 50% de los que en esa red social escriben—no ha entendido la invisibilidad del narrador en las novelas del gabacho. Michel es tan invisible como en su día lo fue Tolstoi, pero es muy cómodo quedarse—y enervarse—en la paja, en la mamada, en el culo y en las tetas; mucho más difícil, por el contrario, resulta ver la brecha que nos separa a los hombres y a las mujeres; a padres y a hijos; ver lo que nos rompe a los seres humanos en las relaciones personales.

Han pasado dos horas desde que escribí relaciones personales. He hablado otra vez con ella. La de hace 20 años. La de hace 3 meses no volverá nunca a hablar conmigo. Y yo no entiendo—ni entiendo ni quiero entender—las relaciones de los seres humanos. Houellebecq las analiza y me las cuenta. Y no sé desde dónde lo hace: la posición que ocupa el narrador en sus novelas ha sido muy meditada y estudiada.

Como a ti te dé la gana

Libertad e infinito danse las manos un día sí y el otro también. La anterior dualidad es al detalle muy conocida y muy estudiada por los escritores a lo largo y ancho del orbe terrestre. La página suspensa, expectante, abarcadora, amplia, árida, escurridiza, esquizofrénica, dulce; me refiero, ¡cómo no!, a la página en blanco. Un papel que todo lo admite, un papel que hace fracasar a cientos y cientos de escritores y de escritoras, pues ninguno de ellos posee la audacia suficiente para…, ¿para qué, 921kibu? ¿Para qué? Para construir una casa con un pañuelo anudado a la frente, con el recuerdo de tu abuelo en la mente, y la voz de una mujer de la cual estás enamorado; esa almibarada cantinela que atraviesa una ventana con macetas y flores; esa tonadilla que te avisa de la hora de comer; esos ojos; ese aroma.

La libertad y el infinito apagan la escena de la mujer que llama a su marido por la ventana mientras este último enluce la fachada de su casa, de su hogar, de su proyecto de vida y de su ser. El infinito y la libertad dan paso ceremoniosamente al lenguaje escrito; un hito: la coexistencia de la ventana con flores junto a las palabras que evocan esas imágenes.

La muerte y el olvido lo arrasarán todo.

La casa se derrumbará dentro de unos siglos. Los gemidos del sexo, la sonrisa, el calor de la comida, las fotos, el recuerdo del recuerdo: todo, absolutamente todo, pasará.

En la nube de internet quédanse estas líneas, pergeñadas por un escritor que se dijo a sí mismo antes de escribirlas: «Escríbelas como a ti te dé la gana».

Un 27 de noviembre

Los domingos llamo por teléfono a mi madre. Hoy es domingo. Domingo 27 de noviembre del año 2022. Mi progenitora me recuerda que hace veintiún años yo estaba fatalmente enfermo y que, pese a todo, aunque me quedé en la calle, dentro del coche, porque hacía muchísimo frío, fui a la boda de un amigo. No tengo un buen recuerdo ni de J. M. ni de su boda ni del estado de postración y sufrimiento que me invadía a principios del milenio.

Hoy—ella está de acuerdo con la siguiente lectura—la situación es «tan diferente» que nadie en su sano juicio podría haber imaginado en aquel entonces que la vida daría un vuelco tan enorme: el enfermo se convirtió en médico.

Los seres humanos no podemos predecir el futuro. Es más: cualquier intento por adivinar el porvenir nos muestra que la vida nos supera en imaginación.

Desde algún plano de la existencia, el 27 de noviembre del año 2042, mi otro yo me observa de un modo impasible.

Euphoria (HBO)

Un producto de imbéciles hecho para otros imbéciles. Una empresa cuya consecuencia más inmediata es el ascenso del status económico de sus creadores (y de toda la cadena de la industria) para, paradójicamente, entorpecer que los adolescentes logren progresar en sus vidas. Pobremente filmada y montada (con escenas de videoclips repugnantes), sobredimensionada, en su guión, con innumerables clichés y lugares comunes, manida hasta la náusea y aplaudida por los zopencos que antes consideran malvado e imperialista a Estados Unidos, pero, después, franca, agria y directa a la serie televisiva. Con un reparto de actores de los que no logras creerte ni una sola línea del guión.

Euphoria (HBO): una serie que no recomendaría ni a mi peor enemigo.

Sobre literatura. Umberto Eco. La fuerza de lo falso

Si se cree en una cualquiera de las religiones reveladas, debe admitirse que si Cristo es hijo de Dios, entonces no es el mesías todavía esperado en Jerusalén, y si Mahoma es el profeta de Alá, entonces es un error ofrecer sacrificios a la Serpiente Emplumada. Si somos secuaces del más ilustrado e indulgente de los deísmos, dispuestos a creer al mismo tiempo en la Comunión de los Santos y en la Gran Rueda del Tao, se rechazará como fuente de error la matanza de los fieles y de los herejes. Si somos adoradores de Satanás, juzgaremos pueril el Sermón de la Montaña. Si uno es ateo radical, cualquier fe no será sino un malentendido. Puesto que muchos en el curso de la historia han actuado creyendo en lo que algunos otros no creían, es forzoso admitir que para cada uno, en una medida distinta, la Historia ha sido en gran parte el Teatro de una Ilusión.

La fuerza de lo falso, de Umberto Eco, en Sobre literatura.

Con el café

Este momento es la esencia de lo que vengo buscando desde hace varios años: el instante de devolver el golpe. Ahí está todo lo que soy con respecto a los demás: un hombre que devuelve el golpe; una persona cordial y afable que al recibir la ingratitud y el desprecio de los demás, devuelve el golpe, devuelve el golpe con mucha mayor virulencia que lo recibió, de un modo maníacamente desproporcionado. Aquí me tenéis. Esto es lo único que soy. Con esa actitud se han forjado los pilares de mi existencia; ahí están los cimientos de lo que soy… de lo que soy y de lo que seré.

Leer

Al leer, sobre todo cuando lees porque quieres leer, porque tienes una enorme necesidad de sumergirte en la lectura, tu cerebro está en disposición de alcanzar nuevas cumbres, no importa si estas reflejan imágenes, pensamientos o sentimientos, no importan el género ni el tipo de literatura; se parece bastante a coger el coche un domingo por la tarde e ir en pos de un lugar que te dé fuerzas para el lunes, un lugar—un libro—donde poder verter tu personalidad con el lenguaje de otra persona. Leer en muchos casos con las espadas en alto, con la presencia de un convidado ciertamente molesto, un juez, quizá un agente del Mossad, un tipo venenoso, que, mientras tú lees, te mete cizaña para que escribas. A veces lo ignoras. Otras tomas nota de lo que propone. Puede, incluso, estar irremediablemente atado al texto; texto que busca parir texto.

¿Y si, como yo ahora, al escribir este post, por un mecanismo secreto, incognoscible, estuviese leyendo en lugar de escribiendo?

Leer y habitar uno de tantos planos… Ayer fui al museo y vi una obra que era una caja con una pequeña ventanita. Al entrar en la sala (la caja estaba al fondo a la izquierda), sentí la necesidad de ver a través de la ventanita qué había en su interior: había una persona de pie mirando una caja con una pequeña ventanita.

Leer… leer como tú lees ahora. No deberías descartar que por encima de ti haya otro como tú que lee que tú lees; tú escribes y él escribe que tú escribes, o ambos leéis lo que yo leo, pero yo no sé si esto está escrito por ti o si él escribe lo que tú lees.

Leer

La carta de acero

Hace mucho que no te escribe una de sus largas cartas, una de esas confesiones de verano con colores deslumbrantes y con tintes anaranjandos. Él querría escribirte una muy especial, pero no encuentra un instante a lo largo del día, aunque quizá lo más sensato sería admitir que se ha olvidado de tu persona, al menos de un modo incompleto; admitir que el trabajo lo consume y que el agotamiento intelectual y el cansancio físico nunca lo abandonan. Ahora casi siempre escucha música porque, dice, en ella palpita el sentido de la vida, ella es, insiste, como el eco… como la cola de un cometa llamado niñez. ¿Sabes que viaja mucho en trenes?, trenes que descubren lugares nuevos, pero, por desgracia, se trata de trenes sin final de trayecto. Él ignora y no tiene la menor intención de descubrir el andén donde apearse del tren. La ventanilla como interfase de apenas unos cuantos milímetros de espesor: ver sin ser visto y vivir sin ser vivido, pero resguardado del asfixiante calor por el aire acondicionado del vagón. Libros. Recuerdos. Impulso carnal. Coherencia. Desvanecimiento. Resignación. Ambición.

Un día te escribirá.

Un día te escribiré

Inmersividad

Lleva Girineldo media vida pintando con palabras cosas muy diversas. Precisamente ése es su objetivo: a través de la literatura ir mostrando escenarios tan dispares como la paradoja temporal (un cuento que está dentro de un cuento que está dentro de un cuento). Lágrimas. Logros. Texturas. Múltiples secuencias. Verdades que parecen mentiras. De hecho, Girineldo cree que todo es traducible a palabras. Hace años, en uno de sus numerosos experimentos, cerró los ojos y comenzó a escribir—puede hacerlo sin ver las teclas: aprendió mecanografía de niño—; a escribir las cosas que surcaban su mente: imágenes, sonidos, alucinaciones, el mismo tacto de las teclas al escribir, el acto de escribir, recuerdos, fotografías sin sentido…

Girineldo, que, haciendo honor a la verdad, anda perdido en algunos aspectos de su existencia, escribe, entre otros muchos motivos, porque ha hecho del medio una experiencia paralela. Él cree que un texto puede anidar en un plano ajeno al ser humano y a todo su entorno.

Al teléfono, a mi petición de que os dedique unas palabras, ha mantenido un largo silencio para al final simplemente decir: «Kibu, estoy muy lejos de vuestro alcance».

Estará escribiendo…