Libertad e infinito danse las manos un día sí y el otro también. La anterior dualidad es al detalle muy conocida y muy estudiada por los escritores a lo largo y ancho del orbe terrestre. La página suspensa, expectante, abarcadora, amplia, árida, escurridiza, esquizofrénica, dulce; me refiero, ¡cómo no!, a la página en blanco. Un papel que todo lo admite, un papel que hace fracasar a cientos y cientos de escritores y de escritoras, pues ninguno de ellos posee la audacia suficiente para…, ¿para qué, 921kibu? ¿Para qué? Para construir una casa con un pañuelo anudado a la frente, con el recuerdo de tu abuelo en la mente, y la voz de una mujer de la cual estás enamorado; esa almibarada cantinela que atraviesa una ventana con macetas y flores; esa tonadilla que te avisa de la hora de comer; esos ojos; ese aroma.
La libertad y el infinito apagan la escena de la mujer que llama a su marido por la ventana mientras este último enluce la fachada de su casa, de su hogar, de su proyecto de vida y de su ser. El infinito y la libertad dan paso ceremoniosamente al lenguaje escrito; un hito: la coexistencia de la ventana con flores junto a las palabras que evocan esas imágenes.
La muerte y el olvido lo arrasarán todo.
La casa se derrumbará dentro de unos siglos. Los gemidos del sexo, la sonrisa, el calor de la comida, las fotos, el recuerdo del recuerdo: todo, absolutamente todo, pasará.
En la nube de internet quédanse estas líneas, pergeñadas por un escritor que se dijo a sí mismo antes de escribirlas: «Escríbelas como a ti te dé la gana».
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