Los domingos llamo por teléfono a mi madre. Hoy es domingo. Domingo 27 de noviembre del año 2022. Mi progenitora me recuerda que hace veintiún años yo estaba fatalmente enfermo y que, pese a todo, aunque me quedé en la calle, dentro del coche, porque hacía muchísimo frío, fui a la boda de un amigo. No tengo un buen recuerdo ni de J. M. ni de su boda ni del estado de postración y sufrimiento que me invadía a principios del milenio.
Hoy—ella está de acuerdo con la siguiente lectura—la situación es «tan diferente» que nadie en su sano juicio podría haber imaginado en aquel entonces que la vida daría un vuelco tan enorme: el enfermo se convirtió en médico.
Los seres humanos no podemos predecir el futuro. Es más: cualquier intento por adivinar el porvenir nos muestra que la vida nos supera en imaginación.
Desde algún plano de la existencia, el 27 de noviembre del año 2042, mi otro yo me observa de un modo impasible.