¿Y si la solución al problema está compuesta por los mismos caracteres (por las mismas vocales y las mismas consonantes) que conforman esta pregunta? No tienes ganas de estudiar esa propuesta, ¿verdad? Ausente la energía durante un largo periodo de tiempo, no es descabellado afirmar que ya no tienes ganas de estudiar la cuestión, no sólo extrayendo las consonantes y las vocales de esa pregunta, mezclándolas, después, a ver si se enciende alguna bombilla, por tenue que sea su luz, sino, mucho más peligroso, de nada; no tienes ganas de absolutamente nada. Y, sin embargo, dada tu extraña naturaleza (cuanto menos atípica) intuyes que allí donde no quieres escarbar, ni en la cuestión inicial que abre esta redacción ni en las frases que, arabescamente, la prolongan, tienes no obstante el pálpito de que escribiendo podrías despejar la ecuación. Lo intuyes, lo intuyes… Sujeto. Verbo. Predicado. Ipso facto en tu mente los elementos resuenan y pintan y resbalan y se estrellan y se salvan. ¿Y si la solución al problema está compuesta… En comparación con tus otras obligaciones, cuando escribes te tornas en un ser productivo. Alumbras cientos de redacciones; estableces focos en los subtemas; abarcas toda la catedral (pese a no haber en realidad ni un mísero ladrillo puesto encima de otro mísero ladrillo) dentro de tu cabeza, a través de los dedos sobre el teclado, a través de todos esos recursos literarios que como un niño jugando con curiosidad, y no como el adulto que eres, no como el adulto que se sacó la carrera; sino de un modo inocente, amplio y luminoso, alumbras, y alumbras… y sigues alumbrando.
Etiqueta: escribir
#186 Nubes de sangre
Cuando algo se desequilibra, escribe. No sabe muy bien el porqué de semejante tendencia; la acepta; la abraza. Si su entorno se astilla (y lo cierto es que a su alrededor solamente hay astillas y basura), esa persona, cuya descripción está ahora fuera de lugar, escribe. Se pone a escribir de una manera frenética, pero si un observador externo analizase la fuerza, la frecuencia y la regularidad de los pequeños y suaves golpes en las teclas, no podría en modo alguno inferir cuán frenética se siente esa persona. El científico de marras vería a alguien frente al ordenador escribiendo, quizá apuntaría ciertas pausas durante el tecleo en las que se adivinaría no ya el estado de ánimo sino más bien la elección reflexiva de los sustantivos y los adjetivos y los verbos que portarán en su interior las frases. Lejos (muy lejos) de la locura que desemboca en la escritura.
Cuanto más alta es la montaña de mierda a su alrededor, menos intrincada resulta la elección de las palabras. Si más fea es la existencia, más brillo tiene la sintaxis. (Esto el analista no lo sabe). La persona que escribe, por el contrario, sabe con asombrosa exactitud de dónde viene, hacia dónde va, qué pretende, qué significa y qué esconde su texto. ¿Tú has visto alguna vez ese tipo de nubes que, con el contorno parecido al de una fruta, quizá una manzana, o una pera, emerge —nace— hacia arriba y colapsa —muere— hacia abajo sin desplazarse de la posición que ocupa en el cielo? El acto de escribir para quien protagoniza esta entrada se parece muchísimo al ciclo vital de los cristales de hielo y las minúsculas gotas de agua formadas cuando el vapor de esta última (que contiene el aire) se condensa.
La moraleja de esta entrada no puede ser otra que una donde te imagines la astilla de una madera, la sangre que brota de la herida al clavarse dicha astilla en la carne, pero el proceso de cicatrización has de imaginarlo mucho más rápido de lo que en realidad es: es como una nube… que sale y se esconde. (En el medio alguien escribe).
#184 Lo amorfo
No alcanzo con las palabras mis pensamientos. Curioso, ¿verdad? ¿Tú crees que hay pensamientos sin lenguaje? ¿Crees que el ser humano tiene “algo” que no puede acotarse por el imperio del idioma? A riesgo de cometer una torpeza, yo diría que sí. Al menos en mi caso, tengo dentro del cerebro una serie de elementos —lo amorfo según la literatura— que brega inútilmente por salir al exterior.
¿Podría pintarlo? No lo sé…
¿Son notas musicales? Tampoco lo sé.
¿Es este párrafo? Quizá…
Sólo sé que está ahí.
Está ahí (aquí).
02:06AM
11 de Noviembre de 2020
183 Sin solución de continuidad
Yo me imagino una carrera infinita, sin solución de continuidad, entre la tortuga y Aquiles. ¿Hacia dónde van? Pues en todas las direcciones. ¿Y desde cuándo y hasta cuándo? Desde siempre y para siempre. Lloros y risas en simétrica alternancia: un teatro perenne e inagotable. La noche y el día no solamente en oposición sino también en complementariedad. La Naturaleza, la physis griega completa, absoluta, cíclica, con la verdad y con la mentira. Sin solución de continuidad. Mientras el cerebro (como el bebé explorador que busca más allá) busca y rebusca…, pero por fortuna y por desgracia está todo. Todo, hijo mío, todo. Más allá de la physis griega no hay nada; no es la nada cuántica; no: es la nada absoluta. Tú eres todo. Todo eres tú.
Sin solución de continuidad.
#181 Muy fructífero
Sería muy fructífero decirte cosas que no te haya dicho con anterioridad, sería muy fructífero abandonar la repetitividad del contenido de este blog personal; entrar en él y leer algo que se pareciese mínimamente a un ensayo. O a un relato de ficción. Sería asombroso entrar en este blog y hallar otro narrador. No puedo. Lo siento. Estoy pegado de modo intenso e íntimo a un ser humano que escribe sobre otro ser humano que, a su vez, soy yo, pero, también soy yo, el que a pesar de estar adherido a esa persona, escribo por boca de otra sobre ella, que, como dije al principio, escribe de otro hombre que, paradójicamente, soy yo.
#180 La Charca Literaria. Sueño naufragado
Cuando era profesor me gustaba, una vez despedido el alumnado, subir a la clase antes de irme a casa hasta el próximo día laboral. Allí, con las sillas sobre las mesas, me complacía en el silencio bautismal del aula, en los papeles abandonados por el suelo, en las últimas delaciones escritas en la pizarra. …
Sueño naufragado
#177 Nota escrita al dictado de voz
Nota escrita al dictado de voz en mi nuevo Samsung S20 Plus.
Hay algo que no consigo entender. En cierto modo no me sorprende, claro, no me extraña por el teorema de incompletitud de Gödel, pero hay algo… hay algo de la vida que se me escapa. Y, a veces, cuando voy paseando por la calle y compruebo que los olores son los mismos olores de siempre: el aroma a campo, a pino, a fregasuelos o a sepia a la plancha en el bar, cuando veo que todo eso se mantiene y sin embargo yo no me siento como me sentía cuando descubrí esos pretéritos aromas por primera vez, descubro que algo falla; algo que no encuentro, algo que se me escapa de entre las manos, como si lo tuviese en la punta de la lengua.
#175 Posa, esquizofrénico, posa
A veces —muchísimas veces; de hecho, en la mayoría de las ocasiones; en realidad, si soy honesto, siempre— existe a lo largo del día un evento que me provoca la necesidad de escribir. Lejos de redactar desde una perspectiva cerrada e intimista como la que ofrece un Diario, ese suceso me lleva hacia la escritura omnisciente encima de una alfombra mágica. Disgregado, entonces, de la realidad, y con la pose de un esquizofrénico que malinterpreta el entorno, yo escribo mientras uno de mis otros yoes (el más cabal de todos) transita el resto de la jornada cumpliendo con sus deberes y obligaciones. Yo vengo. Escribo. Catalizo. Sin romper la esencia de la palabra en el papel, es más: respetándola, venerándola y estudiándola; transformo en vocablos todo aquello que excita mis sentidos ciñéndome con abyección al imperio del lenguaje.
#155 Uróboros

No me resulta fácil entretejer de un modo literario el mensaje que quiero hoy transmitir, en primer lugar porque se trata de la crónica de algo que jamás sucedió, o, si en verdad sucedió, lo hizo de una manera muy diferente a como lo recogen estas palabras: ayer, cuando terminé de comer a mediodía, me subí a la terraza a andar un rato; lo hice porque la sobremesa me estaba adormeciendo, la televisión me saturaba, y no quería echarme la siesta para poder dormir por la noche con mayor profundidad.
Al asomarme al paisaje desde lo alto del edificio, supe de inmediato que lo que estaba experimentado debía ser trasladado al papel. Así lo hice. Escribí una crónica verdadera, fidedigna, aferrada a la realidad.
Sin embargo, he aquí la dificultad a que hice referencia en la primera frase de esta entrada, después de escribirla la borré. Lo hice porque no me satisfacía. No había ritmicidad en el texto; todas y cada una de sus frases resultaban ser siempre la misma frase. Incluso las oraciones en pasiva, que, por regla general, aportan luz y vigor, eran percibidas por mí mente como piedras de cartón que no hacían ni ruido ni daño.
No obstante, soy de los que piensan que en un libro cabe todo; la alquimia de las palabras es infinita; el lenguaje, como el uróboros, es eterno; apresa lo inapresable; imagina lo inimaginable.
Por ese motivo, esta entrada deviene en el relato de un relato, el lector tiene mi permiso para pensar que deviene, en realidad, en el relato de un relato de un relato ―«y a ti, sí, a ti, que lees con fruición estas líneas, te concedo la potestad para que reflexiones sobre la tesis de que este post no es sino el relato de un relato de un relato de un relato»―.
Antes de despedirme, antes de volver al confinamiento por la pandemia, te dejo una prueba de mi presencia ayer en la terraza. Ya habrás adivinado que se trata de un recurso literario; una metáfora con que escribí el texto que finalmente fue borrado: «Al franquear el último peldaño de la escalera, un cielo majestuoso como un Almirante de la Marina me estaba esperando».
Ardo en deseos de escribir cómo escribí las anteriores líneas. (Y luego escribir cómo he escrito la anterior frase).
Y luego…
#149 Construcción de frases a través de periodos
Cualquiera que sea la reverencia de nuestro pueblo por el talento que emerge de la ciudadanía, pese o gracias al poso cultural, una fuerza opuesta y de semejante intensidad se derrama por gimnasios, discotecas, descampados y ciénagas. El que domina al colectivo, y de quien dependen todos los imperios, y a quien solamente pertenecen la majestad, la gloria y la independencia, es en el mismo plano temporal el único que se glorifica de hacer la ley a los reyes y de darles, cuando le place, grandes y terribles lecciones. Si la honestidad reinara en el corazón de los hombres, si la verdad y la virtud les fueran más queridas por los placeres, la fortuna y los honores, el mundo sería un lugar mucho mejor.