Hace un momento, he escrito un comentario en la revista Jot Down que quiero compartir con mis lectores. Ha sido en respuesta a una entrada publicada en la revista y cuyo título es «¡Porque yo me fui con el otro, me fui!» y cuyo autor es José Lázaro.
Lo traigo aquí porque quiero que conozcáis mi opinión del tema, pero también porque la revista está en su derecho de alojar o censurar los comentarios que considere oportunos; en garantía de que no se pierda, yo lo transformo en una entrada de mi blog.
El núcleo del debate gira en torno a una pregunta: ¿Era Lorca machista?
Yo opino esto:
Va siendo hora ya, Sr. Lázaro, de valorar seriamente la posibilidad de que hay preguntas que no tienen respuesta o, al menos, de que existen ciertas cuestiones que los seres humanos somos incapaces de responder y por ende solventar. Yo no puedo decirle si el sistema para comprender la Naturaleza de la que formamos parte intrínseca es completo e incoherente o si, por el contrario, es incompleto y coherente. Si Vd. analizase semejante tesitura, tarde o temprano llegaría a la misma conclusión con que yo inicio el comentario a su post «¡Porque yo me fui con el otro, me fui!»: la respuesta correcta a determinadas preguntas, especialmente a las más intricadas de todas ellas, trasciende o está más allá de los métodos de que disponemos para contestar preguntas. Podríamos (y de hecho lo hacemos) percibir no obstante esa verdad, ¡a pesar de nuestra racional incapacidad! Curioso, ¿eh? En otro orden de cosas, prosigamos: ¿Lorca era machista? ¿Sí o no? Pues yo, siguiendo el esquema propuesto en las anteriores líneas, me atrevería a decir, o me gustaría pensar (¡qué demonios!) que, con independencia de si el granadino era o no machista, lo que quiso fue plantear la pregunta de si era machista, más allá de si su público, al contemplar su obra, se decantase en uno u otro sentido. Mire, Sr. Lázaro, el debate sobre el feminismo tiene hoy en su seno muchas cuerdas que se entrecruzan y que imposibilitan la articulación de un discurso «verdadero y absoluto», como tampoco lo tiene, por cierto, el debate político. Dos de esas cuerdas son: 1. la cuerda que pretende el poder y 2. la cuerda que busca la verdad; como he dicho antes, insisto, hay más cuerdas, más matices, pero esas dos son suficientemente explícitas para entender la incapacidad de alumbrar la verdad en este tema. Mujeres hay muchas… y aunque hace muchos años yo solía decir que todas eran iguales, hoy sé que todas son diferentes. Estamos atrapados dentro de la Naturaleza, discutiendo como energúmenos quiénes de nosotros llevan razón y quiénes no. Nadie puede escapar del marco de la Naturaleza, nadie puede salir fuera de esta caja donde todos sus elementos están interconectados, nadie puede alcanzar una perspectiva por encima de la Physis que permita conocer a esta última con total certidumbre. Es muy torpe asignar a un dramaturgo homosexual (igual de torpe sería hacerlo con uno heterosexual) la capacidad para definir a una mujer; tampoco las dramaturgas homo u hetero podrían; porque mujeres hay muchas y muy diferentes. Y no solo eso: una mujer a lo largo de su vida puede ser muchas mujeres. Si le soy sincero, fuera de que las mujeres y los hombres han de ser iguales en la sociedad para todo, para hacer lo que les dé la gana, y ello incluye eructar y tirarse pedos, por poner dos ejemplos que claramente pertenecen al grupo de los hombres, el debate del feminismo y del heteropatriarcado es absolutamente inútil. Hay que conseguir la igualdad. Tan solo eso. Y eso incluye que si algunas de ellas se ven dominadas por fuerzas que nublan las partes más lógicas de sus cerebros, que persiguen la hermosura de ciertos hombres; y si lo que finalmente deciden es acostarse como perras sumisas ante esos hombres a los que aman, hay que aceptarlas tal y como son, tal y como se acepta a aquellas que toman posturas contrarias a esas actitudes en la vida. Las «etiquetas» que tanto se discuten en twitter hoy en día no pueden ser definidas y abordadas por un discurso monocorde.