Entre las cosas buenas que tiene alejarse de la adolescencia e introducirse paulatinamente en la adultez destaca el conocimiento que uno adquiere de sí mismo y de la relación con los demás.
Yo no quiero, pero sé que vivo en las páginas de una novela. Sé que cada día albergo mayor animadversión por mis semejantes. Ahora citaré los escenarios de las obras donde realmente vivo, donde de verdad quiero vivir: en la campiña junto a Belbo y su trompeta en plena noche, o en la actual Oslo con el desconocido que se come a sí mismo mordiéndose un dedo.
Y en otros tantos lugares…
(Estas breves líneas son fruto del odio que he sentido hoy; fruto de los insultos que abiertamente le he dedicado a alguien en twitter esta tarde).