
La reseña aburre. El intento hiperbólico de promoción de un libro aburre. La mayoría de los tuiteros, a diferencia de la mayoría de los blogueros, con el uso incesante, cansino y vacuo de citas y/o extractos literarios, aburre. Además, ha llegado un punto en que la promoción de las novedades editoriales a través de los grandes diarios aburre. Por si fuera poco, quien te habla bien de una novela, a pesar de sus buenas intenciones y a pesar de que, casi siempre, lo hace por la necesidad tan humana de interactuar con sus semejantes, aburre. Y tengo una amiga cuyo novio tiene un primo que sostiene la teoría de que cuanto más cerca de la ficción se halla una lectura recomendada, es decir, cuanto más próxima a la novela encuentra uno la invitación a leer otro libro, mayor valor tiene la misma. Si alguien te dice este libro es bueno, no lo leas, pero si tomas tú la iniciativa y le pides que te diga una obra cuya lectura evocó en su mente una imagen inolvidable, como, por ejemplo, un tobogán con la silueta de la luna al fondo… no lo dudes; léela.
Yo no voy a intentar convencerte de que leas a Chaves Nogales. De hecho, no voy a intentar convencerte de nada, ni de nadie, ni en un sentido ni en otro. Soy el único ateo en el mundo que tiene plena consciencia de la libertad del prójimo a creer en lo que quiera; el derecho a reclamar para su espíritu una parcela en que nadie más que su propietario pueda vivir sin la invasión de ningún molesto vecino.
Sin embargo, no puedo terminar esta entrada sin decir que Manuel tuvo un sentido de la gramática, del significado y de la musicalidad del lenguaje que hacen palidecer cualquiera de las obras que inundan los estantes de novedades en nuestras librerías. Manuel debió ser un hombre muy culto, búscalo tú si quieres en la Wikipedia, yo no voy a inmiscuirme en su vida más allá del eco de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España. Manuel comprendió la guerra en un ejercicio de honestidad y claridad mentales que hoy, después de darle 84 vueltas al sol, ningún intelectual puede alcanzar. El prólogo de su libro debería ser materia de estudio y reflexión en colegios, institutos y universidades. Puede leerse como… como… la despedida de un hombre rodeado por las llamas de un incendio. Un fuego ficticio, claro, porque Manuel en realidad se exilió en París, pero, al leerlo, tengo la sensación de que sus ideas se vieron amenazadas por una turba de imbéciles con antorchas encendidas.
Por desgracia… ya nadie escribe como Manuel.