Hace unos instantes ha hecho una reflexión sin pararse a pensar en las consecuencias de la misma. Ha reflexionado en voz alta. A vuelapluma. Sin embargo, lo va a borrar dentro de un minuto. Lo va a borrar porque sabe que se ha expuesto en demasía, porque sabe que la sinceridad debe ser graduada, como el veneno, en pequeñas gotas.
Ahora se ríe. Se ríe para sí mismo por el sarcasmo que supone que un hombre tan mentiroso —tan pertrechado en lo ficticio— suelte semejante bomba de relojería.