#152 Apocalíptico y misántropo

Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas.

Bertrand Russell

Con el aval de la sabiduría popular, la famosa sentencia “Hay gente pa tó” es una de las mejores sinopsis que pueden escribirse sobre la recesión que vive España por el coronavirus. De hecho, si lo piensas con detenimiento, hay gente para absolutamente todo: cualquier estupidez, la chuminada más absurda que puedas imaginar y la más flagrante estulticia son sencillamente posibles, e incluso muy probables, porque de los 46 millones de habitantes, si extraemos grosso modo el 0,5% que concede veracidad a esa conocida frase, hay en este país nada más y nada menos que 230000 gilipollas. Y eso, lector, es una cantidad de gilipollas muy a tener cuenta. Un número nada despreciable de seres humanos cuya pírrica capacidad intelectual convierte a nuestra sociedad en un lodazal, en una auténtica porquería. Y si, por un momento, has creído que el 99,5% del pueblo puede eclipsar a los imbéciles, te has equivocado: una sola gota de veneno echa a perder el barril.

Existe una segunda frase, que probablemente no conoces, cuyo poder de descripción es todavía mayor: “20 españoles: 21 opiniones”. Apúntatela: es útil, veraz e idiosincrásica.

En mi opinión, la falta de capacidad crítica, y aquí ya no me refiero a un 0,5% sino a una proporción mucho mayor, viene de la mano de un sistema educativo pobre. La inteligencia del español medio y el conjunto de conocimientos que el sistema le ha proporcionado impiden a un vastísimo grupo de personas articular opiniones a la altura de las circunstancias. Los españoles no piensan, no se les ha enseñado nunca a pensar; se les ha inoculado una visión estrecha de los problemas. A pesar de que en las redes sociales uno puede leer muchísima información respecto a la pandemia, lo cierto es que son muy pocos los que saben cómo se originó el virus; la discordancia genética entre las muestras obtenidas de los enfermos y aquellas que procedían de la carne de los animales comercializada sin control en la ciudad china de Wuhan. Saber, lo que se dice saber, saben cuatro gatos. El estado actual de las cosas reduce el debate a las soflamas políticas. El español de a pie no puede desligar su ideología en el asunto del coronavirus. No, no puede: no posee el catalejo que permite mirar más allá. Si los datos apuntan en contra de su tesis, no le importará lo más mínimo: viciará su razonamiento y el culpable (el culpable, por cierto, de todos los problemas que inundan la sociedad) será siempre su adversario político. No importan el signo y el color que defienda.

La lucha política: he aquí el vector que aglutina la ignorancia del pueblo.

Tú desconoces los parámetros concurrentes en los problemas de salud pública, no eres epidemiólogo, ni virólogo, ni tienes acceso a la información con que trabaja el Ministerio de Sanidad. Los términos epidemia, pandemia y endemia te vienen grandes porque tu actividad laboral no contempla esos tecnicismos. No sabes cómo se monitorizan. No sabes nada. No tienes ni puta idea de las características biológicas del Covid-19; sabes que afecta a los pulmones; sabes sus síntomas porque te los han repetido en una diapositiva como a un niño de párvulos. Para ti lo importante es la reducción monofactorial del tema; tú necesitas una respuesta binaria, no entiendes que hay cuestiones intrincadamente cíclicas que alumbran respuestas diversas y complejas. El cambio de mentalidad necesario para que puedas criticar con suficiente altura y solidez la recesión que asola tu país te resultaría demasiado profundo, inalcanzable, inasumible, inimaginable. En el horizonte tú ves rojos y azules (o morados, o amarillos). Tú no ves nada más. Tú ansías una consecuencia única; aspiras a una resolución cristalina; quieres que alguien te diga que la salud va primero que la economía; eres una bombilla con solo dos posiciones; la escalera en que te alzas para ver a tus semejantes no tiene bastantes peldaños. Tú no entiendes la sinfonía, y lo que es peor: no pareces querer entenderla.

No vas a formarte una opinión sólida sobre la actual coyuntura porque los medios de comunicación te han intoxicado de tal modo que han nublado el poco juicio que traías ya de base. No ves que las fuentes de donde te nutres están muy sesgadas; no entiendes que a ti la información te llega desdoblada; no tienes acceso a los datos, a los hechos; te dan un relato que tú eres incapaz de diseccionar. Cuando lees a tus columnistas preferidos no haces sino un simple ejercicio de onanismo: te retroalimentas; no estás dispuesto a desmontar nada; no tienes ganas ni fuerzas de bajar a la arena y llevar el escepticismo y el rigor hasta sus últimas consecuencias, especialmente si ello te obliga en última instancia a criticar a aquellos a quienes diste tu voto en las últimas elecciones generales.

No puedes porque en el fondo de tu cerebro existe un automatismo que te insta a dar respuesta continuamente, a posicionarte sobre temas cuyos elementos de juicio están fuera de tu alcance. Eres un ignorante que cuanto más se aferra a una posición en aras de la verdad, paradójicamente más se aleja de ella.

En una escuela oficial de idiomas, alcanzado cierto nivel de destreza en una segunda lengua, el estudiante llega a la conclusión de que cuanto más estudia, más ignora, porque a medida que se adentra en el océano del lenguaje no-materno, mayor consciencia toma de su inmensidad.

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