Zodiac, de David Fincher
Hoy traigo a mi blog un comentario sobre cine. Unas líneas que no deben tomarse a la ligera y que tampoco deben ser leídas de una manera grave, porque son las opiniones de alguien que, en contadas ocasiones, ve unas cuantas películas. Como diría nuestro exvecino comunitario británico: as simple as that. A continuación, voy a exponer las razones que me llevan a pensar que Zodiac, de David Fincher, es una obra maestra del cine.
En primer lugar, de forma sucinta, la más elemental y básica referencia me obliga a señalar una información que los lectores de mi blog encontrarán en otras páginas web desarrollada con mayor elegancia: el argumento de Zodiac bascula sobre la investigación que durante dos décadas se realizó del caso del asesino del Zodiaco y que conmocionó a la ciudad de San Francisco a finales de los años 60. Llevada a cabo en una suerte de tripartito por un policía, un periodista y un dibujante, la película refleja los sucesos que tuvieron lugar en aquellas fechas. Estos hechos inspiraron también el filme Harry el Sucio, de Don Siegel, cuyo villano representa paralelamente al asesino del Zodiaco, pero con el nombre de Scorpio. Zodiac rinde tributo de forma elegante a Harry el Sucio y, dicho sea de paso, rinde tributo al mundo del cine con las imágenes de esa película, pues, en la sala, vemos las butacas abarrotadas y a las personas que solían vestir de un modo más homogéneo que hoy en día, que guardaban más silencio durante las sesiones, en definitiva, a la gente de aquella época. Cine dentro del cine: la falsa ilusión de que en Harry el Sucio la realidad se deforma cuando Zodiac, en la gran pantalla de nuestros cines o en la pequeña de nuestros ordenadores a través de Netflix, sufre también el mismo proceso de desfiguración. Salvando la distancia y los matices, Cervantes hace mucho intuyó este contraste al escribir El curioso impertinente dentro del Quijote, haciéndonos creer que el segundo es más verídico que el primero. Arte, en cualquier caso, con todo lo que ello significa, con su resbaladizo concepto.
El peligro de caer en el pozo de la redundancia está siempre presente cuando uno reflexiona en una crítica sobre arte. Yo, por ejemplo, quizá no al escribir, pero sí al conversar con mis amigos sobre los libros, las pelis y la música que me gusta, caigo en ese pozo, me atribulo, con frecuencia, porque lo bueno es bueno porque es bueno: el paradigma de tan peregrina reflexión es el primer movimiento de la sinfonía nº40 de Wolfang Amadeus Mozart. Esas notas, les digo a mis colegas domingo tras domingo, son magníficas porque son magníficas. No obstante, tú no estás tomando pescado rebozado y unas cañas conmigo. Tú ahora estás frente a tu ordenador o frente a tu móvil, sentado tranquilamente en tu casa. No intentaré convencerte de que Zodiac es magnífica porque es magnífica. Escribiré aquí cuáles son las características y elementos que la convierten (en mi humilde opinión) en una obra maestra.
Esta película es inteligente sin ningún género de dudas. Requiere de ti una respiración pausada; quiere que pienses; quiere que percibas algo que no resulta evidente. Si tú eres uno de esos espectadores que va al cine buscando un entretenimiento cuyo goce no exige a las neuronas un mayor esfuerzo, Zodiac no te gustará; te aburrirá; echarás en falta ese punch tan manido del arte cinematográfico; ese gancho con que los cineastas, a través de la banda sonora, de diálogos hipermutados y de colores e imágenes alarmantemente ficticios, nos descuartizan la mente en las salas de cine fin de semana tras fin de semana. Fincher no te da con esta cinta un puñetazo de esa índole, va un poco más allá. Con la conjunción de las diferentes disciplinas artísticas que se dan cita en el mundo del celuloide, este director neutraliza la belleza primaria y burda de las películas en su sexto largometraje. Soterra el significado durante 160 minutos. No renuncia a la capacidad narrativa de que dispone su medio de expresión, sino que evoluciona hacia otro nivel. ¡Esto es lo que más me fascina de Zodiac! La evolución del propio medio, porque el filme refleja la autoría, la firma, la valentía de su autor. Muy difícil… para quienes disfrutan de las profundidades del séptimo arte, como será, probablemente, el caso del de Denver, muy difícil resulta evolucionar. David Fincher pudo repetirse en Zodiac a través de Se7en, y hubiese sido un auténtico peliculón, habría congregado, como hizo doce años antes, al público a su alrededor, pero no quiso. Quiso bajar a la realidad, siendo tan hábil y escurridizo en su forma de expresarse, de un modo sibilino, sin abandonar el potencial onírico del cine. Zodiac no es una película escandalosa, partiendo de la base de que hay cientos de películas escandalosas que son buenísimas. Zodiac es brutal porque te eleva sin hacer uso de los grandes recursos que todo cineasta sabe que te van a elevar. El director no se luce, no, no lo hace. Un artista ha de ser muy grande para no intentar lucirse frente a los demás. A pesar de que podría hacerlo, como hizo magistralmente en Se7en, no nos aturde con Zodiac. Su narrativa, en lo que yo antes he definido como neutralidad, tildada podría ser como clásica. Con un equilibrio elegante entre el contenido y la forma.
Se trata de cine en un estado de gracia.
Una de las preguntas más interesantes de quien se expone al influjo del arte es quién. Así, sin más: quién. ¿Quién narra en Zodiac? Fincher, por supuesto, es la respuesta más obvia y directa a tan escuálida pregunta. Pero esta cuestión nos lleva siempre un poco más allá; desde dónde. Zodiac se explica a sí misma; algo que resulta espectacular hasta la náusea. La investigación se intrinca; son miles, quizás millones, los espectadores a lo largo y ancho del planeta que desdeñan ese aspecto de la película, acostumbrados a las travesías tranquilas que suponen la mayor parte de los largometrajes. Sí, es cierto: Zodiac es intrincada. No nos vamos a engañar. Pero yo creo que la película nos quiere hacer tropezar del mismo modo que debieron tropezar quienes se enfrascaron en la investigación del caso; quiero decir que la continua y exasperante mención de las fechas de los acontecimientos tiene como propósito final someter al espectador al maremágnum de datos que en torno a los asesinatos se recopilaron en los archivos policiales de los mismos. En mi opinión, esto es un acierto en lugar de un error. El artista siempre quiere envolver al espectador, quiere engañarlo hasta límites insospechados: en El mapa y el territorio, Houllebecq en lugar de describir lo que siente su protagonista, nos hace sentirnos de ese modo a través de las cosas que percibe el segundo. Las investigaciones sobre el asesino debieron encallar, como encallamos nosotros en cierto modo al ver las imágenes secuencialmente.
Excede la intención de esta entrada, además de las capacidades de su autor, repartir o asignar la responsabilidad de los diferentes actores implicados en la consecución de una película, no obstante, no es necesaria la reencarnación de Stanley Kubrick en el interior de nuestro cuerpo y mente para ser consciente de que una cinta es como un ente orgánico que vive gracias a la convergencia de diferentes estratos o maquinarias, tal y como ocurre en las células del ser humano. Zodiac es muy buena y el mayor artífice de su excelencia es el director, pero la intervención del responsable de la fotografía es fundamental. Pese a ser un neófito en la escritura sobre cine (no así en la vida real), me atrevería a decir que la plasticidad visual de la cinta fue en gran medida el resultado de la extrema sensibilidad tras la lente de la cámara de Harris Savides.
Clásica. Equilibrada. Neutra. Sí, pero de factura muy bella. Contra la losa del clasicismo, del equilibrio y de la neutralidad, esta cinta, asombrosa y mágicamente, en el aspecto visual, alumbra un encanto fotográfico excepcional, impropio, si uno se para a pensarlo con detenimiento, del desarrollo de una historia al amparo de unas investigaciones policiales. Un quinceañero con twitter diría: “Savides es el puto amo”. El guión, el papel que juega el libro de Graysmith en que está basada la cinta, los actores Gyllenhaal, Rulfo y Downey Jr. en unas interpretaciones cuya derivada es notoria, desarrollados desde posiciones inferiores hasta abarcar el protagonismo de la historia, porque, que nadie se lleve a engaño, Zodiac entre otras muchas cosas es la confrontación de la gente ante la emergencia en la sociedad de un asesino en serie, además de la música compuesta ex profeso para la cinta y de las canciones de la época, son todos ellos vértices que sostienen y apuntalan la obra, pero a mí su modo de narrar visual me gusta mucho… me convence.
¿Por qué?
Pues porque en una película, al fin y a la postre, cuando pasa el tiempo, cuando te vas olvidando de su esquema conceptual, lo que perdura es algo muy básico, muy primitivo, muy tenue, muy profundo. Cuando entran en la caravana del principal sospechoso, Arthur Leigh Allen, de todas las posibles ubicaciones donde una cámara puede ser situada, los creadores de la cinta deciden ponerla tras una jaula donde hay una ardilla agarrándose a los barrotes. Esa narración me parece soberbia. El plano contraplano de la última escena, para un proscrito en la materia como es mi caso, impacta, redime; con las taquillas, grises y ordenadas, detrás del policía, y con una puerta huidiza en la salida de la habitación, detrás de Mike Mageau (Jimmi Simpson), y porque el primer acorde de la guitarra tras la última frase del actor, reconociendo, a pesar de haber transcurrido 22 años desde que le dispararon, la cara de su agresor, embrida dolorosamente el misterio, aunque de modo parcial, ya que las notas finales del filme nos enseñan que la realidad se rebeló en sí misma y reveló un proceso inconcluso.
Zodiac en mi opinión es bellísima, aunque lo bello es relativo. Es el camino que debería explorar el cine, el uso complejo y armónico de la narrativa en imágenes secuenciales. Articular una obra de este calibre, si les preguntáramos a sus responsables más directos, puede tener algo de juego, un aire ingenuo, no se explica de otro modo el tono lúgubre, difuso y misterioso con que consiguen dotar a las calles de San Francisco a la caída de la noche, en el cruce donde el asesino descerraja de un tiro al taxista. Al fondo de esas imágenes, al fondo intelectual y lejos de la mente de quien paga una entrada para divertirse en una sesión de cine, palpita un eco que advierte al espectador del pliegue entre la realidad de lo que ocurrió en aquellos tristes años y la ficción que supone el picado sobre el taxi o las imágenes de las farolas nocturnas delante de un firmamento cuyo protagonismo resulta excesivo a todas luces. Uno tiene la sensación al ver esa escena de que el creador del filme le advierte de que esos sucesos se han enfocado a través de una cámara, le advierte de la incompletitud de la historia: una sutil y honesta confesión sobre una mentira con aires de verdad. O viceversa.
Zodiac no es redonda. Esta ausencia de redondez por la falta de brío ficticio (al menos en apariencia) provoca que muchos no vean en ella lo que a mi juicio es indiscutible: una cinta que quizá dentro de mil años, cuando estudiosos y artistas se den cita en torno a ella, deslumbrará a todos, por decir lo que no dice, por perpetrar un truco de magia delante del espectador, por renunciar (sin renunciar) al enorme poder de orquestación del cine.
He sido infiel en este texto. Cuando algo me apasiona, el análisis no me sirve. Me pediré perdón a mí mismo y, supongo, me absolveré con el paso de los días tras escribir estas líneas.
3 de febrero de 2020.
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