Si leéis Hambre, de Knut Hamsun, es prácticamente imposible que os pase desapercibida la característica más genial que tiene ese libro. Vuestra imaginación os hará ver, os hará escuchar, os hará leer a alguien que se halla inmerso en el mayor bloqueo del escritor que jamás se haya reflejado en un libro. Tanto será así… que muy probablemente os arranque una sonrisa; os fascine; os divida la mente (como se divide la mente de los esquizofrénicos) porque, a medida que leáis, no podréis dar coherencia a unas palabras que fueron escritas por alguien que no conseguía concentrarse y escribir.
Y porque, por paradójico que parezca, el lector no percibe a Hamsun en las palabras; percibe al miserable que se muere de hambre… y que no puede escribir.
No puede escribir y sin embargo tú lo lees con claridad.