El protagonista de este relato, cuyo nombre ocultaré al lector, pues se trata de un personaje muy famoso del panorama literario español, estaba hace 15 minutos y 21 segundos en su despacho, frente al ordenador, escribiendo una serie de anotaciones para su próxima novela: libros a consultar, los 16 enlaces a la wikipedia consignados como imprescindibles y más de 100 columnas de opinión recogidas en los principales periódicos de las que extraer material relevante para el escenario de la novela, ya que fueron escritas en la época a que se remonta esta última.
En el instante en que el escritor veía una notificación de twitter en su smartphone, y cuando se disponía a ver de quién procedía, en ese preciso —y precioso— instante, irrumpió en la estancia, pegándole una patada a la puerta, su anciano padre.
—Esto debe acabar —dijo el viejo, enfurecido, portando un cuchillo de cocina en su mano—, y debe acabar ahora. He tenido toda la paciencia que un buen padre puede tener, pero no voy a permitir que mi hijo eche a perder su carrera de escritor por la anestesia social que las putas redes sociales de mierda os están metiendo en la cabeza.
—Pero, padre, yo…
—Hoy se acaba esto, chaval. Tú vas a estudiar y a escribir —blandió el cuchillo el anciano y se acercó a la mesa del escritorio—. Te voy a quitar la drogodependencia de golpe.
—¡No, padre, no!
El anciano se acercó obstinado.
—Despídete de tus amiguetes —alzó el puñal y lo dejó caer como lo hace un pirata en la mesa de una taberna, e hizo el móvil añicos—, aquí se cierra tu capítulo. Aquí le pongo yo fin a tu historia.
Llevo 921 segundos colgado al teléfono, intentando convencer al anciano, intentando, seguramente en balde, transformarme en él; y que él se transforme en mí. Quizá intercambiar el rol ya no sirve de nada.
921kibu 
¡A trabajar se ha dicho!
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Escribir o morir!
Me gustaLe gusta a 1 persona