No hay día que no me descubra pensando en que debo escribir… y siempre aparco ese impulso; siempre me digo a mí mismo «no». Entonces la intención pasa a un segundo plano, queda apartada pero no olvidada. Semejante pensamiento intruso simboliza el díscolo miembro de una familia: un niño impertinente, maleducado y empeñado en salirse con la suya.
«Por favor, no molestes a los mayores».
El chaval baja la cabeza y se va a un rincón. Sin embargo, no desaparece.
Está detrás, al fondo.