¿Libertad dice usted? Já, já y já.
Libertad sería pulsar estas teclas de manera completamente aleatoria, al margen de la lógica y la ortografía. Libertad sería que usted leyera una secuencia incoherente de caracteres y que del enjambre de los mismos —al fondo del crucigrama— descubriera una a, una s, una d, una f y una g. (Un signo prematuro en las entrañas del caos). La libertad, ahora, en este preciso instante de la noche, se dibujaría en unos ojos color verde aceituna y unos dientes blancos de diabólica sonrisa.
—Ven, sígueme…
Sería no decirle quién es. Sería no escribir su nombre. La libertad, no obstante, sería decirle que lleva pantalones negros y camisa blanca. ¿Ve cómo alza su brazo derecho y le ofrece la mano?
Sepa que si, cautivado por esa mirada hechicera, usted la acepta, si, digámoslo de otro modo, usted me sigue leyendo atraído por la gravedad de este fugaz texto, yo perderé mi libertad. Tendré que abandonar la casa del escritor. Me veré obligado a sonorizar las carcajadas de esa bella dentadura.
¿Puede Vd. oír su risa?