
Echo mucho de menos este libro. Llevaba años sin sentir la angustia por volver a abrir las páginas de una novela al día siguiente, esperando los instantes de ilusión con su lectura. Lo echo mucho de menos, anhelo sentirme otra vez de ese modo. He perdido la cuenta de todo lo que leo; la mayor parte de mis lecturas me satisfacen, me nutren, me dan vida. Y son pocas las que me decepcionan. Terminé de leerlo hace más de un mes, pero todavía no lo he olvidado; no he pasado página con él, aunque después vinieron otros muy buenos (por ejemplo, Leviatán, de Auster). Pero por algún raro e inconsciente motivo esa novela me caló, me llegó al alma. Cuando el texto retrocede 2000 años en la historia, la narración es deslumbrante hasta la náusea; es difícil recrear un salto en el tiempo con esa belleza y eficacia narrativas. Esta novela es la peripecia vital de… digamos… mucha gente: recuerda un poco al espectro de los personajes de Tolstoi y Dostoievski; no en vano el autor creo que también es ruso. Es brillante hasta decir basta y no cuenta nada de nada: todo lo que escribe tiene una función tácita: mostrar. Será el lector quien verá las imágenes, quien aprenderá debidamente la lección y quien disfrutará leyendo.
Qué ostia me pegó.
¿Es El Maestro y Margarita? La de la séptima prueba.
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Efectivamente. El disfrute de esta lectura ha sido como el de un chaval con juguetes nuevos en Navidad.
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Apuntado queda…
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Vas a flipar con ella…
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