Anoche a las 5 de la madrugada escribí esto:
«Suena a escasos metros del piso donde vivo la canción «A quién le importa» de Alaska y Dinarama. El sonido llega blando, atenuado, pero ese «A quién» resulta inconfundible. A quién le importa es una frase, un grito que ha conseguido cercenar el túnel del tiempo; un mensaje que educa a los jóvenes, nos recuerda a los mayores lo que no deberíamos olvidar jamás y pone de relieve el hecho de que algunas cosas —por fortuna— nunca cambiarán. Yo, ahora, entre cuatro paredes sombrías, escucho esas notas icónicas solo, pero hace nada las cantaba a pleno pulmón, convencido y alegre porque mi vida transcurría paralela. En el presente la canturreo, la silbo a media voz, porque mi camino transcurre ya en una dirección perpendicular. El sol no acompaña y los de antes (aunque están) ya no están. Además, hoy, por más que me esfuerzo, no logro entender aquella pretérita agresividad cuando fui pinchadiscos. Creo que esa persona no era realmente yo.»
Sí era yo, ¡claro que era yo! O quizá no: quizá no haya diferencias entre el recuerdo de una película y el recuerdo de la juventud, y ambos sean verdad, y ambos sean mentira. Quién sabe.
Posdata. Existe, pese a todo y pese a todos, una cosa indiscutiblemente cierta: escribir en primera persona a altas horas de la madrugada es como la corriente de un río: fluye y fluye…