[Narrador 1] Esta noche, en mi paseo nocturno habitual, en esa caminata que misteriosamente se ha convertido en un género de opiáceo a cuyo efecto no pienso renunciar nunca, has leído bien: nunca, esta noche, insisto, he tenido, sufrido (el verbo sufrir vierte el significado de manera más directa), sufrido, repito, una auténtica revelación; revelación que si yo fuera creyente o religioso (algo que no soy; no, no lo soy), describiría con la palabra epifanía: una revelación vasta, al término de mis andares tardocrepusculares, y amarga, muy amarga, porque… porque sólo la posesión de una máquina del tiempo, un artificio con que curvar el continuum espaciotemporal sobre sí mismo (para retroceder a otro mundo), podría haberme sacado del pozo: mediaban cincuenta metros al portal de casa… cuando he sido sacudido por mi propia mente; recorriendo el juego de espejos que propone la ausencia de libre albedrío en el análisis neurocientífico, porque, admítelo, nadie (ni tú, ni yo, ni nadie) sabe qué incita, en primera instancia, el pensamiento, nadie conoce el desencadenante de la actividad neuronal, ¿por qué pienso lo que pienso?, ¿por qué escribo lo que escribo?, ¿por qué eres como eres?, de ese insufrible modo, he sido abofeteado: debí querer más; debí besarla más; debí aferrarme con más fuerza a la existencia; no fui consciente, no sé qué puedo maldecir ahora para liberarme de esta bilis que me corroe. No me di cuenta del tesoro que a mi alrededor brotaba. Ay, ¡ay!, si vuelvo a nacer, ¡si vuelvo a nacer!, prometo capturar, prometo capturar como hacía mi viejo maestro de la escuela con un tomavistas de 8mm, lo prometo, ¡lo prometo…, créeme!, juro; juro capturar mi vida entera.
[Narrador 2] Qué vergüenza, por favor. ¡Mascullendo yo solo por en medio de la calle! Si me ha visto algún vecino, habrá alucinado seguro. Qué época más divertida y, sin embargo, qué enervante me resulta pensar, sentir que no valoré todo aquello en su justa medida.
[Narrador 3] Existen distintos abordajes cuando quieres escribir algo; el librito Ejercicios de estilo, por Raymond Queneau, es una muestra magnífica de cómo narrar el mismo evento (¡el mismo!) de formas diferentes. No obstante, me temo que lo dicho por mi otro yo más arriba es fruto de todos los libros que ha leído, que, paradójicamente, yo también he leído.
[Narrador 4] Njdfoifjrghsohgnh ssrsxrsubb,, hkhkj
¡¡¡¡Me da igual si rompo el teclado; la juventud es ignorancia!!!!
Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante. Ignorante.
Burro.
¡Imbécil!
Lfkjdsl fj hldlf uerbi i hfi uwvi ugfwvio gv fsvdg vfsdglfgsaldkv asldgfvdsgh jhfskdhfkljsdhkfsdhafhav lhlj hfighfka jhla hglhakhghhhdjhjdhjhklaouueuiru38u4984uuahfhf y3 yr 3yvyoiuu uru i
[Narrador 5] […]