Yo en Internet hago click y leo, pero si encuentro una falta de ortografía, por pequeña que sea, por comprensible que sea (el papel del autocorrector muchas veces es evidente), paro de leer. Paro de leer. No soy razonable. Lo sé. El texto que desecho podría contener en su interior alguna revelación interesante; podría incluso llegar a fascinarme. No puedo. Es superior a mis fuerzas. Eh, para el carro, tú también cometes falta de ortografía. No eres perfecto, machote. Soy consciente de ello, pero cuando decido compartir un texto, me aseguro, con fruición y amargura, que está exento de ese tipo de faltas.
(No puedo continuar dándole a la tecla, perdonadme. Las discusiones y los gritos que oigo a través de las paredes cercenan mi capacidad expansiva.)