#47 Enredados en una red de enredados

Allí estaban todos. Reunidos, apretados y apiñados. Ahogándose sin poder respirar. No podían verse las caras los unos a los otros. En una sociedad que había desterrado las cartas y las postales, podría afirmarse sin medo al error que la interacción de todas aquellas personas era una interacción moderna. Una relación a la moda. Escribían mensajes. Los lanzaban a lo que denominaban, usando su propia terminología, la red. Curiosa palabra: red. ¿Qué sentido tiene lanzar un mensaje si queda éste atrapado de inmediato en una red? ¿No sería acaso más lógica y romántica una meta amplia como, por ejemplo, alcanzar el mismísimo cielo? Mirad si no la virtud principal del mensaje dentro de una botella en pleno mar: tiene un destino incierto; pero un horizonte casi infinito.

Si quieres una descripción más exacta, te diré que aquella gente intercambiaba, la mayor parte de las veces, chistes y groserías; debates estúpidos y estériles; adulaciones; muchísimas mentiras y escasísimas verdades. Entre ellos se contaban los que intentaban mitigar la soledad, otros, reforzar su ideología política en aburridos bucles eliminando —el término exacto era bloqueando— al que pensaba diferente. Entre esas gentes había una niña con sus cinco sentidos puestos en la última gilipollez de su cantante favorita; por quien la niña estaría dispuesta a hacer una serie de locuras que nadie sabía pero que tenía escritas en un diario; diario de cuya existencia papá y mamá nunca —¡jamás!— tendrían noticia alguna. A la niña, qué duda cabe, no le importaba cuán ridícula fuese la última excentricidad de la artista; porque todo en ella era perfecto; la cantante era una diosa y la niña, desobedeciendo día sí y día también las órdenes de sus padres, se pasaba las horas castigada en su habitación con los ojos fijos, enrojecidos y tristes en la red… esperando un gesto de la diosa donde verse a sí misma falsamente reflejada.

Al magnetismo de aquella red también había sucumbido un niño. Un niño muy malo. Un ser humano agresivo, malcriado desde el primer minuto de vida en su avinagrada existencia, que vomitaba su odio a los que allí se hallaban enredados. Inculto y necio, para el colectivo de enredados, enredadas, enredades y enredadxs él era un hater.

Añadiré, si quieres información complementaria y como colofón, a los adultos en paro, enredados. Funcionarios públicos con la pestañita de la red en sus pantallas, enredados. Novias frustradas, enredadas. Depredadores sexuales, enredados. Personas convencionales a las que la historia les otorgó la etiqueta de “normales”, enredadas. La red enredaba a través de su asfixiante enredadera. Y también estaban las empresas, las grandes corporaciones internacionales y los gobiernos de los países.

Todos (enredados) luciendo su avatar.

Yo también. No soy (tan) distinto.

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