Imagina por un instante que yo —en lugar de escribir estas líneas en primera persona— intento engañarte diciéndote que tengo un amigo a quien la vida no parece tratar con mucha consideración. Es un compañero de la universidad, que vive sumido en una melancolía absoluta y a quien nadie quiere ayudar. En él puedes ver a una persona autodestructiva, misántropa, oscura, analítica, veraz y solitaria. Le gusta leer. (Le gusta mucho leer.) Y vive anclado en un tiempo pasado, víctima de una incapacidad innata para mirar hacia el futuro.
En Nochevieja lo vi en la gasolinera del pueblo; me saludó pero evitó mantener una conversación conmigo. Iba sin afeitar y con el abrigo negro (el abrigo negro de toda la vida).
Ahora sé sincer@: lees las anteriores líneas y ya no me ves a mí. La alquimia de la palabra escrita te ha hecho creer que tengo un amigo depresivo que fue conmigo a la universidad. Al leer has «visto» fugazmente su barba, y te has imaginado que iba vestido de negro.
No, hombre, no: esa Nochevieja es ficticia, no hay ninguna gasolinera, no, no la hay.
O sí… sí la hay y resulta que yo soy él, o él es yo, o él eres tú… y tú eres yo; nosotros leemos lo que él escribe, o quizá yo leo lo que tú piensas (que paradójicamente es lo que yo escribo).
¿Ves? Es magia, chaval… Es ficción. Y lo realmente espectacular es que ahora te das cuenta de que no son píxeles lo que tu retina percibe y lo que tu cerebro procesa en estos momentos.
Ya no estás WordPress. Sigue leyendo y te verás a ti mismo. Esta frase no es una frase —es tu mente.
Escucha, muy bueno esto. Se lo leeré a mis alumnos. Verás.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Ojalá les sirva!!!
Me gustaMe gusta