#34 No puedes domar las palabras

A veces me pregunto si debo simplemente disfrutar del arte, si debo dejarme llevar por su corriente, sin importar el lugar a donde me transporta… a veces, muchas veces, hablo conmigo mismo y me esfuerzo por conocer los motivos que me impulsan a escribir. ¿Por qué debo crear yo una obra literaria? Estoy convencido de que, de algún extraño modo y con un doble juego de manos, el arte a mí me proporciona el conjunto absoluto, una suerte de bofetada doble porque, primero, me sumerjo en el interior de la obra artística y, sin embargo, acto seguido, exige ésta un amargo peaje y me dice en voz baja «Únete a nosotras, danos lo que tienes… somos como tú.» Son como yo, pero me resulta tormentosa la actividad creadora, supone acceder al paritorio de las palabras con el aire en contra, supone otorgarles la forma a través de una rabia absoluta, porque no se dejan manosear con facilidad. Sentado frente al portátil, y mientras escribo —tal y como estoy haciendo ahora en este instante—, contemplo una senda.

Es la distancia que media entre la historia que bulle en mi cerebro y la que las palabras dejan emerger.

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