Nadie parece ser capaz de predecir el futuro, nuestra única certeza a este respecto, paradójicamente, es que no podemos librarnos de la incertidumbre. ¿Quién pudo prever —ayer por la tarde— que ardería —hoy— la catedral de Notre-Dame?
Hasta límites insospechados, hasta más allá de lo inimaginable, me fascina saber cuán alejados estamos de conocer nuestro porvenir.
¿Quién soy yo?, te preguntas.
Me exiges una respuesta clara, anhelas, deseas una dirección, unas coordenadas, porque todos los seres humanos necesitan un hilo de donde tirar; la boca de un túnel por donde acceder; un sí; un no. ¿Dónde? ¿Cómo? Y sobre todo quién.
Inaceptable es la idea de la no-idea.
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